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Fondos EIE

Unión Europea

DepartamentodeDesarrolloRural

ySostenibilidad

Asociación para el Desarrollo Rural Integral de Las Tierras del Jiloca y Gallocanta

_

Estrategia de Desarrollo Local Participativo

_

2. Zona Geográfica Cubierta por la Estrategia.

2.2.5.4.- Vegetación rupícola

En ciertos emplazamientos de las sierras comarca-

les aparecen unos roquedos en donde, según las varia-

ciones en exposición, topografía y presencia de agua, se

crea una gama de ambientes diferenciados como son los

páramos, crestas, cantiles, fuentes o canchales. Estas

formaciones rocosas, sin ser de grandes dimensiones, sí

permiten crear condiciones propicias para una flora y fau-

na rupícola muy especializada y de gran interés.

En las umbrías de las paredes calizas se refugian

algunas especies de óptimo eurosiberiano como el tejo

(Taxus baccata), el acebo (Ilex aquifolium) o el avellano

(Corylus avellana) que aprovechan las filtraciones de

agua de la roca. Una buena muestra puede encontrarse

en la Modorra de Cucalón y Peña Tajada; en ambientes

más secos, como los de las Hoces del Piedra, en el mon-

te de Rubielos de la Cérida y en la umbría de la sierra de

Oriche estas especies son reemplazadas por otras más

xerófilas.

Los páramos y crestas son medios muy deseca-

dos, por la intensa exposición solar y eólica así como

por su suelo poco estructurado y permeable. En ellos

predominan pulvínulos espinosos de erizón (Erinacea

anthyllis) y céspedes gramíneas austeras bien adap-

tadas a la secular presencia de los herbívoros. En las

solanas abunda también la robusta sabina negral (Ju-

niperus phoenicea).

Los escarpes silíceos se dan sobre las crestas de

cuarcitas paleozoicas o los rodenos triásicos. Son más

modestos en cuanto a sus caídas, aunque con frecuencia

presentan extraplomos, viseras y canchales.

2.2.5.5.- Vegetación halófila

En otros casos, el sustrato presenta una cantidad

tal de sales, que resulta inadecuada para el desarrollo de

la vegetación climática, siendo colonizadas por plantas

muy especializadas que toleran estas condiciones tan

limitantes.

Esto ocurre en buena parte del valle del Pancrudo,

donde el río ha realizado una profunda incisión sobre las

poco consistentes margas yesíferas del Mioceno. En es-

tas vertientes encontramos herbazales abiertos en los

que predomina el arnacho (Ononis tridentata) y otras

plantas gipsícolas que forman matorrales abiertos y ralos.

La aridez del clima propicia la concentración de sa-

les en ciertas depresiones endorréicas. A gran escala,

puede observarse en la Laguna de Gallocanta y, a pe-

queña, en toda una pléyade de balsetes que se reparten

entre los campos y pastizales. En estos humedales, la

evaporación de las aguas que han estado en contac-

to con materiales ricos en cloruros o sulfatos, produce

su acumulación superficial, formándose eflorescencias

cuando se secan y lagunas salobres cuando se inundan.

El entorno de la Laguna de Gallocanta, con su gran

extensión, su dinámica fluctuante y su variedad topográ-

fica, alberga un complejo e imbricado sistema de playas,

prados, charcas y arroyos con una flora de enorme singu-

laridad que se organiza en teselas según las variaciones

en los factores edáficos. En los playas crecen las plantas

resistentes a las altas concentraciones de sal como la

mamellada (Salicornia ramosissima) o las sosas (Suaeda

maritima, S. splendens). Tras esta banda, aparece otra

de prados salinos inundables donde destacan los céspe-

des de Puccinellia pungens, las junqueras de Juncus ma-

ritimus y Schoenus nigricans, y aún más lejos del agua,

praderas de Agropyron pungens. Además, se encuentran

prados de suelos encharcados pero no salinos, así como

carrizales, masegares y aneales.

2.2.5.6.- Cultivos y otros ambientes antropógenos

En aquellas zonas con suaves pendientes el hom-

bre ha sustituido los bosques y matorrales por cultivos

en los que cubrir las necesidades alimenticias y las de

sus animales domésticos. Pueden considerarse como

unos ecosistemas monoespecíficos muy productivos y

que funcionan con la regular intervención del agricultor el

cual aporta materia (agua, abonos) y energía (laboreos).

Estos suponen 1.791 km

2

(58,74% del total).

En los secanos predominan los cultivos de ce-

real (96,5% de la superficie agrícola). Amplios campos

de labríos o mieses, según el ciclo agrícola, se extienden

por las planicies y lomas en los que se produce, sobre

todo, cebada y en menor proporción trigo, centeno o

avena. Destacan las extensiones cerealistas del Campo

Romanos, de la cuenca de Gallocanta y del Alto Jiloca,

aunque se encuentran por todo el territorio. El girasol en-

tra también en la rotación de cultivos, junto con algunas

leguminosas como la veza o el pipirigallo. Las viñas, an-

taño muy abundantes, se han mantenido en las zonas de

mayor producción y calidad, es decir, en las laderas del

tramo bajo del Jiloca. En esta zona también abundan los

frutales de secano (almendro y cerezo).

A lo largo de todos estos medios consigue desarro-

llarse una comunidad de plantas oportunistas propias de

suelos removidos y con ciclo vegetativo muy corto. Esta

flora arvense contiene una amplia gama de especies y

sostiene una comunidad faunística de carácter estepario.

En los regadíos, que ocupan una extensión muy

inferior (3,5% de la superficie agrícola), se cultiva trigo,

maíz, patatas y alfalfa. Las vegas más amplias se sitúan

entre Monreal del Campo y Luco de Jiloca, siendo el res-

to mucho más estrechas. En los últimos años se observa