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Fondos EIE

Unión Europea

DepartamentodeDesarrolloRural

ySostenibilidad

Asociación para el Desarrollo Rural Integral de Las Tierras del Jiloca y Gallocanta

_

Estrategia de Desarrollo Local Participativo

_

2. Zona Geográfica Cubierta por la Estrategia.

La sabina albar

(Juniperus thurifera) es la única co-

nífera autóctona capaz de formar bosques en estas co-

marcas, que si bien no son muy extensos ni muy puros si

presentan un indudable interés ecológico. Esta especie

es todavía más resistente que la carrasca a la sequía,

al frío invernal y al calor sofocante estival, por lo que la

sustituye en aquellos enclaves en los que se acentúan

las condiciones de continentalidad, como son las depre-

siones en las que se acumulan las masas de aire. Los

sabinares albares son formaciones abiertas con aspecto

adehesado albergando una cohorte florística poco espe-

cífica, más propia de pastizales heliófilos. El sabinar albar

más extenso y mejor estructurado es el de Rubielos de la

Cérida. Otras masas de interés son las de El Villarejo y

Olalla, ambas con ejemplares formidables.

Los pinares

no forman bosques en la comarca del

Jiloca. Es más, a excepción de la sierra de Herrera, los

pinos ni siquiera intervienen en las series regresivas de

los bosques autóctonos, como así ocurre en otras áreas

peninsulares. Sin embargo, han sido intensa y eficaz-

mente plantados durante el siglo XX, sobre todo con fi-

nes de corrección hidrológica. Su carácter alóctono en el

Jiloca, se pone de manifiesto por la vulnerabilidad de sus

masas ante los factores abióticos (sequía, heladas ex-

tremas) como bióticos (plagas, competencia con quercí-

neas). Otra muestra es la pobreza florística del sotobos-

que del pinar y su escasa influencia en crear microclimas,

tan habitual en robledales y carrascales. Por ello, con el

tiempo y sin intervención humana, los densos y extensos

pinares de repoblación serían invadidos y sofocados por

marojales, rebollares y carrascales. Son pues, más culti-

vos forestales que verdaderos bosques.

Pueden verse repoblaciones de pino carrasco (Pi-

nus halepensis) en las zonas menos frías del Bajo Jiloca

(Murero-Daroca), donde aún así no soporta mal las espo-

rádicas heladas extremas. El pino rodeno (Pinus pinas-

ter) ha sido plantado sobre suelos silíceos y ombroclimas

secos de Cerveruela, el Monte de Herrera y Valdellosa. El

pino negral o laricio de Austria (Pinus nigra subsp. nigra)

ha sido empleado en áreas más frescas, bien en masas

puras bien intercalado con otros pinos como en la sie-

rra de Pelarda. El pinar más antiguo y naturalizado de

la comarca puede encontrarse en Torrecilla del Rebollar,

siendo una masa mixta de pino royo (Pinus sylvestris)

con marojo y rebollo que parece proceder de una refo-

restación antigua.

2.2.5.2.- Los matorrales y pastizales

De acuerdo con sus características edáficas y climá-

ticas, la vegetación potencial en la mayor parte de la co-

marca correspondería a los bosques de quercíneas y, en

menor medida, a los sabinares. Sin embargo, en aque-

llos enclaves en los que el suelo presentaba un escaso

desarrollo por razones topográficas, las comunidades cli-

mácicas serían unos matorrales formados por especies

propias de las etapas subseriales de los citados bosques.

Así mismo, en las áreas de mínima evolución edáfica,

los pastizales representarían la comunidad vegetal más

estable y compleja.

Las perturbaciones de las comunidades vegetales

maduras pueden producirse por causas naturales (incen-

dio, presión de herbívoros salvajes) o, como ha sido más

habitual desde la irrupción de la especie humana, por las

transformaciones que ésta ha ocasionado en forma de ta-

las, roturaciones o sobrepastoreo. Cuando se dan estas

perturbaciones, las comunidades climácicas dan paso

a otras transitorias, con una menor complejidad estruc-

tural, fisionómica y funcional, las etapas seriales. Éstas

son inestables, por lo que tienden a evolucionar hacia las

etapas clímax siempre y cuando la degradación edáfica

no haya sido acusada y no haya modificación climática

sustantiva.

Ahora bien, cuando la erosión del suelo ha sido in-

tensa, se han perdido sus horizontes superficiales, lle-

gando incluso a aflorar la roca madre. Esta realidad ha

favorecido a las comunidades de las etapas intermedias,

por lo que les corresponden en la actualidad una super-

ficie territorial muy superior a la que debería tener en el

paisaje vegetal previo a la humanización de esta zona.

La degradación de los marojales y rebollares sili-

cícolas da lugar a matorrales en los que intervienen el

enebro (Juniperus communis subsp. hemisphaerica), la

gazpotera (Crataegus monogyna), el arañón (Prunus spi-

nosa), diversas escobas (Genista pilosa, Cytisus scopa-

rius) y brezo blanco (Erica arborea); cuando se intensifica

el aclareo se forman densos estepares de Cistus laurifo-

lius (y de C. albidus y C. salvifolius en zonas menos frías)

y si la iluminación se incrementa aparecen los brezales

con biércol (Calluna vulgaris) y cantueso (Lavandula pe-

dunculata). Las etapas más inmaduras de la serie diná-

mica de estos robledales son pastizales.

Tras su alteración, los rebollares basófilos se en-

riquecen en gayuberas, artos, enebro común o guillo-

meras. Si se intensifica la deforestación, estos densos

matorrales son sustituidos por otros abiertos y soleados

compuestos por salvia (Salvia lavandulifolia) y espliego

(Lavandula latifolia), donde no falta la aliaga (Genista

scorpius), la ajedrea (Satureja intricata) y el tomillo (Thy-

mus vulgaris). El uso reiterado del fuego por el pastor

sobre estos matorrales fomenta unos herbazales más

pastables en los que predomina el fenalar (Brachypodium

phoenicoides) en suelos profundos, el lastonar (Bra-

chypodium retusum) con aliaga y tomillo en áreas más

soleadas y suelos someros o el erizón (Erinacea anthy-

llis) en las áreas expuestas al viento.

Los matorrales que se obtienen tras la degradación