La música y la lengua mantienen una relación estrecha en varios planos. Ambas materias son recursos de representación de ideas y símbolos; son, ante todo, vehículos de expresión1, cultural y personal; y comparten una característica sonora. En el ámbito expresivo de las culturas, la música ha venido a complementar a la palabra, al apoyarla con melodías y ritmos, y al ampliar el campo de significados establecido por la lengua hablada.
La música vocal ciñe sus recursos a las características de la lengua en que es cantada y pensada. La métrica y la rítmica de los versos condicionan los esquemas musicales; por otra parte, en las áreas geográficas en las que se habla una misma lengua, géneros musicales idénticos o similares se difunden con facilidad2. Cada idioma crea sus infraestructuras musicales, que llegan a proyectarse en la música no vocal (métrica, silabización, etc.); este fenómeno ha sido estudiado en diversas culturas3.
Los cambios idiomáticos que en un lugar dado suceden a lo largo del tiempo suponen a menudo drásticos cambios en su música. Este hecho es importante a la hora de valorar los elementos antiguos que puedan conservar algunas músicas tradicionales.
Veamos brevemente la secuencia histórica de la lengua en las comarcas del Jiloca. Cabe el debate, aquí como en tantos otros casos, de ponderar el grado de pervivencia de algunos elementos propios de épocas pasadas.
En tiempos protohistóricos se hablaba en estas tierras alguna lengua céltica, heredera tal vez de un supuesto indoeuropeo. Ligada a ella irían ciertos esquemas rítmicos y métricos, además de una serie de argumentos narrativos característicos, que según las fuentes eran fundamentalmente de carácter épico. El latín vulgar, en sus muchas variedades, ocupó a continuación esta y muchas otras regiones, y con él se difundieron nuevas formas musicales y poéticas. Tras la aportación visigoda surgiría un protorromance4, al que siguió el mejor conocido mozárabe, que convivió con el árabe en la etapa islámica. La expansión cristiana trajo hasta el Sistema Ibérico las hablas aragonesas del Ebro, que poco a poco irían dejando paso al castellano.
Sobre los procesos lingüísticos habidos en el Sistema Ibérico aragonés se han formulado diferentes hipótesis. Así, en las obras de Menéndez Pidal5 se considera un área extensa para el mozárabe del siglo XI, que es tenido como una lengua bastante homogénea desde Andalucía hasta Zaragoza, y que de algún modo habría sido el sustrato para la expansión (o desarrollo) del castellano. El mozárabe fue descrito desde esta perspectiva como una lengua emparentada con el castellano, aunque muy arabizada, y a la vez más cercana al latín que todos los romances de las áreas cristianas.
Álvaro Galmés de Fuentes6 ha señalado que el mozárabe subsistió a las conquistas almohade y almorávide; cabe preguntarse si sobrevivió entonces en algunas zonas de las actuales provincias de Teruel y Zaragoza, y si su comunidad de hablantes fue adoptando directamente el castellano poco a poco. Según Galmés, tras la conquista cristiana, los moriscos de Aragón hablaban castellano, aunque con un léxico repleto de aragonesismos; lo cual señalaría que se había dado una difusión temprana del castellano en el país, a partir del Alto Jalón (diócesis de Sigüenza) y de La Rioja.
Desde otra óptica, Manuel Alvar7 ha expuesto su idea de que fue el dialecto aragonés el que ocupó paulatinamente las tierras conquistadas por Aragón, y que asimiló a las antiguas comunidades mozárabes. Alvar da un papel muy secundario al mozárabe; éste sólo pudo influir al aragonés más tarde, cuando se repobló el territorio con gentes procedentes de Andalucía. Por el contrario, concede un destacado papel a los francos8 –que en buen número vinieron a Aragón-, como agente de cambio en la lengua de la región. Para este autor, el castellano habría penetrado en Aragón con posterioridad, y habría mantenido en el tiempo dos vías de perpetua entrada, desde las actuales provincias de Soria y Guadalajara.
En los aspectos musicales relacionados con la lengua, hay que destacar el papel que en la Edad Media tuvieron los cantos mozárabes, tanto eclesiásticos (liturgia toledana) como profanos (jarchas). Las jarchas eran estribillos en lengua vernácula; se conocen algunas por estar inmersas entre las composiciones hispanoárabes e hispanohebraicas (zéjeles, moaxahas) que se conservan. De estas obras poéticas se deduce que había en la época una situación de plurilingüísmo, y unas estructuras rítmicas válidas para todas las variedades idiomáticas.
Ya en la Edad Moderna, se observa cómo la lírica castellanizante se extendió por toda la región, difundiendo romances y canciones diversas comunes en otras zonas. Los documentos de la época nos muestran el grado de convivencia que hubo en estas tierras entre las tendencias líricas y musicales más aragonesas y las castellanas; romances, villancicos, seguidillas, jotas y otras formas aparecen en el territorio de manera sucesiva.
El habla actual de las comarcas del Jiloca y Gallocanta puede incluirse, siguiendo a Alvar9, dentro del genérico dialecto aragonés, o castellano aragonés, que presenta rasgos fonéticos, gramaticales y léxicos propios. Cabe señalar que el área vecina del Señorío de Molina (Guadalajara) se corresponde en lo fonético con la cuenca del Jiloca, del mismo modo que el Alto Jalón castellano y el Moncayo de Soria lo hacen con las comarcas aragonesas colindantes.
Sobreviven ciertos rasgos característicos del dialecto aragonés, como la pérdida de preposiciones en ciertas frases, imperfectos en -iba, gerundios con tema de perfecto, consonantes antihiáticas o la f inicial en alguna palabra. Es frecuente la acentuación paroxítona (Burbaguena por Burbáguena), que hace llanas las palabras esdrújulas.
En el plano léxico, se observa tanto la pervivencia de numerosos vocablos aragoneses como una estrecha relación con las zonas vecinas de Soria, Cuenca y Guadalajara. También hay una corriente léxica de importancia que llega a la zona desde Valencia.
© ADRI & grupo musical Lahiez
© Manuel Sánchez, 2000-2008
NOTAS A ESTE APARTADO
1. La terminología empleada proviene del libro de Rosa Mª Kucharski La música, vehículo de expresión musical, cuya lectura recomendamos.
2. Bien conocido es el caso de los cantes de ida y vuelta, entre América y España. Existen muchos otros ejemplos a distintas escalas.
3. Uno de los casos mejor conocidos es el de las relaciones de la lengua gaélica con los adornos y fraseos de la música de gaita en Escocia.
4. Para algunos autores, este protorromance, evolución del latín vulgar, tenía tenía un grado de homogeneidad considerable; el leonés y el aragonés son las variedades que menos se alejaron del mismo.
5. Véase El idioma español en sus primeros tiempos.
6. Consúltense sus artículos “Mozárabe” y “La lengua de los moriscos”, en M. Alvar (dir.): Manual de dialectología hispánica. El español de España. Barcelona, Ariel, 1996; pp. 97-110 y 111-118, respectivamente.
7. Véase la extensa obra de M. Alvar sobre estos aspectos, en especial sus Estudios sobre el dialecto aragonés.
8. “La colonización franca en Aragón”, en Estudios obre El dialecto aragonés, Zaragoza, 1973, pp. 172-173. En opinión de Alvar, la inmigración franca trajo un adstrato lingüístico fundamental para el cambio de rumbo del habla aragonesa.
9. Dos obras de interesante consulta son la ya citada M. Alvar (dir.): Manual de dialectología hispánica. El español de España; y M. Alvar, A. Llorente y T. Buesa: Atlas lingüístico y etnográfico de Aragón, Navarra y Rioja (12 vol.).
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